Las Circunstancias de mi nacimiento

Mis padres:

Felipe Izquierdo y Magdalena Almarza en su pololeo

El veinte de marzo del año mil novecientos ochenta y ocho en el hospital público de la ciudad de Puerto Aysén ocurrió el suceso de mi nacimiento. Mi padre un religioso jesuita (frustrado), abogado (frustrado), historiador(frustrado), guerrillero marxista (frustrado), filosofo (frustrado) y pescador artesanal (frustrado) se desempeñaba como jefe de uno centro de cultivo de salmones en el fiordo de Aysén frente al puerto Chacabuco; hijo del prominente político, profesor y teórico nacionalista Guillermo Izquierdo Araya y de la modelo y actriz de origen alemán Bettina Bergmann; mi padre era un auténtico hippie; su vida había sido un constante viajar y un inconstante estudiar y trabajar. Ávido de aventuras había dedicado su vida a las mas desastrosas y divertidas andanzas. Mi madre por otro lado vivía su primera gran aventura; estudió arte en la Universidad Católica y luego alta costura; hechicera(hasta hoy), profesora de yoga y experta en terapias alternativas como la acupuntura, el aryuveda etcétera… siempre se ha dedicado a leer las estrellas, prender inciensos, practicar asanas, meditaciones orientales, todo tipo de magia y adivinación y un sin fin de misticismos paganos; hija del empresario mueblista Jaime Alfonso Almarza Daidí y la teóloga María Rosalía Barros Aldunate, matrimonio que tuvo nueve hijos y practicaban el catolicismo a la manera más tradicional que podían; María Magdalena Almarza Barros (si bien se ha declarado siempre católica) había decidido incursionar en otras formas de espiritualidad, más bien disidentes, muy en contra del criterio de sus padres.

Como ya han adivinado, mis padres eran ambos «ovejas negras» de sus respectivas familias, ambos de origen aristocrático, ambos disidentes, ambos «bichos raros» autoexiliados de la clase dirigente de nuestro país.

Ellos se conocieron en una fiesta a la que mi padre no había sido invitado, pero a pesar de no conocerse, sus familias se conocían de antaño; Guillermo Izquierdo era profesor de historia en el Liceo de Aplicación en la misma época en que mi otro abuelo, Jaime Almarza era estudiante; además Jaime se convirtió en un leal militante de las fuerzas de choque nacionalistas que lideraba Guillermo; ambas familias se ubicaban por ser del mismo barrio y se topaban a la entrada del colegio San Ignacio A.O donde los hijos varones de ambas familias estudiaban y compartían militancia católica; en ese contexto los pequeños Izquierdo Bergmann llamaban a los Almarza Barros «los locos Adams» por la natural excentricidad de sus integrantes, principalmente don Jaime, que hoy a sus noventa y seis años de vida sigue siendo una persona que dista mucho de lo que la sociedad considera normal; «me cago en la diferencia» suele decir don Jaime cuando se le señala alguna de sus excentricidades.

Pocos días de nacido

Infancia

Mis papás eran unos loquillos, solíamos bailar rock and roll en el living semidesnudos y hacer toda clase de cosas entretenidas, me llevaron a la iglesia y a las catequesis, aunque yo sospechaba que no creían mucho en esas cosas pero que, al parecer, me llevaban para darme un pequeño trozo de normalidad; por tradición Almarza, nunca celebramos al viejo pascuero ni arboles de navidad, la navidad era solo pesebre y cena, ¡sorpresa! unos días después llegaban los reyes magos con los regalos para nosotros. Éramos en un principio tres hermanos, Sofía, la menor, se portaba de maravilla y hacía todo bien, Jerónimo era distante y solitario, haciendo sus cosas por su cuenta, yo, por mi parte, alucinaba escuchando a mi papa hablando de todas las cosas que había leído y estudiado, las historias de los filósofos y los guerreros griegos eran las que más me gustaban, junto con las de la guerra del pacífico y el derecho romano, cuando en alguna excursión por los cerros, que eran muy frecuentes, mi hermano cogía uno de los palos que yo usaba por espadas en mis juegos imaginarios ¡estaba furioso!, pero mi papá me retaba severamente, «tu lo dejaste tirado, ahora es <res derelictae>», en estos paseos jugábamos a ser indios y mi papá nos contaba las historias de los Mexicas, Almagro, Pizarro, los Incas, Pedro de Valdivia, Cortés, Leftraru, los pomaucaes, los araucanos, etc.

Vivíamos en la localidad de Santa Juana, donde mis padres habían emprendido un negocio de panadería y supermercado pequeño bastante exitoso y asistíamos al colegio de las Madres Dominicas; nuestra empleada, Margarita, era una señora evangélica muy amorosa, que nos cuidaba mucho y la acompañábamos a comprar leche cuando pasaba un carromato (estilo películas western) con el lechero a bordo gritando, había que salir con la olla y nos entregaban la leche directa de las vacas, después la pasteurizábamos caseramente, también, y de manera ocasional, pasaban los vendedores de «pancoras»(jaivas de río) y a veces Margarita nos hacía encerrarnos en la casa por que llegaban los «vrogos»(drogadictos), unos jóvenes adictos a aspirar tolueno que lo hacían en la pradera que estaba justo al frente de nuestra casa.

Esa etapa escolar despierta, para mi, sentimientos encontrados, me encantaba mi profesora de básica, al punto de estar casi enamorado de ella, absorvía los conocimientos con una pasión descontrolada y obtenía siempre las mejores calificaciones de mi curso, por otro lado estaba el problema racial, mis compañeros me odiaban por ser blanco, ellos eran todos indígenas o mestizos y habían sido inoculados de resentimiento por sus familias; me odiaban por winca, «gringo» me decían y me agredían siempre entre 4 o 5; por otro lado, en mi curso había una niña mucho más blanca y rubia que yo y todos suspiraban por ella, ¿por que estaba mal ser blanco por ser hombre pero la blancura de la niña era motivo de veneración? pregunta recurrente de mi pequeño «yo» de 7 u 8 años. A mi me gustaba la Jocelin Hernández, una niña pálida de cabello muy negro, ojos rasgados y muy delgada, le llevaba flores y frutas de los arboles de vez en cuando a su casa en mi bicicleta, acompañadas de cartas de amor, era toda una proeza ya que el camino entre su casa y la mía estaba infestada de jaurías de perros callejeros, especie por la que sufro una fobia congénita.

Para el 21 de mayo tocaba mi disertación anual sobre la guerra del pacífico, causas, campañas y todo lo demás, la di una vez en segundo básico y no me soltaron más; mi profesora me hacia pasar por todo el colegio repitiendo la disertación a cada curso ¡incluso a los de la media! y con eso me ganaba un 7 extra en historia; aunque yo no lo hacía por eso; me encantaba estar frente al publico y explicar cosas, sobre todo si eran cosas que yo manejaba, podría haber hecho lo mismo con las guerras médicas o púnicas, pero por suerte no se le ocurrió a la profesora.

Frente a nuestra casa habían dos fundos grandes, lo suficientemente grandes como para que sus dueños no se enteraran que pasábamos todos los días jugando ahí, en mi imaginación de niño llegué a crear toda una trama bélica entre mis hermanos y amigos y unos enemigos no tan ficticios a los que yo decidí llamar: «la pandilla de los ratas». La casa del árbol de nuestro patio ya no era para comer golosinas escondidos, se había convertido en una autentica armería. Mis hermanos me lo creyeron todo, estábamos en una guerra con «los ratas» y había que ganar, fabricábamos unas rudimentarias armas de madera con las que los ahuyentábamos cada vez que aparecían en «nuestro territorio», hasta que una vez el mas alto de «los ratas» pidió parlamentar y me convenció de que la guerra era imaginaria y que ellos nunca nos habían querido hacer daño.

A los cinco años me comencé a torturar con preguntas imposibles de contestar, ¿que hace que cinco sea cinco? ¿por que si mis manos, mis pies y mis años son cosas distintas, todas tienen cinco? cinco dedos en mis pies, cinco en mis manos y cinco años de vida ¡¿que carajo significa cinco?! y no es que desconociera los números, era que me sorprendía de sobre manera la consistencia numérica de lo real. La monja del colegio me dijo que cinco era cinco por que Dios era Dios, tardaría más de 25 años en comprender la profundidad filosófica de su respuesta, aunque en ese momento también me hizo sentido.

Después mi padre tendría unos hijos con una de las mujeres que trabajaban para él, mi madre, indignada, nos llevaría a vivir a Santiago, pero eso es para la próxima entrada de este blog.