La Miseria Del Individualismo

Un recuento de las consecuencias económicas, sociales y políticas del liberalismo en las sociedades occidentales modernas; no desde el clásico y ya repetido punto de vista de la desigualdad y la acumulación de la riqueza, sino desde el estudio de la desintegración social que este sistema conlleva y cuáles son los increíbles niveles de soledad y desamparo a los que puede llegar el ser humano.

Introducción:

El sistema liberal aparece en todo occidente a partir de una serie de muy sangrientas revoluciones, las llamadas “revoluciones liberales” tendrían lugar entre 1774 y 1906 (del “Tea Party” de Boston a la 2da Duma en Moscú). De las revoluciones liberales hemos heredado nuestro mundo actual, los liberales idearon y construyeron el Estado que hoy casi todos los países tienen, el sistema económico, el sistema jurídico, los derechos y garantías de las personas, las naciones canónicas actuales, etc. todo eso nos viene dado de las revoluciones liberales.

El discurso liberal plantea al liberalismo como una consecuencia natural e inevitable de la naturaleza humana (o de lo que los liberales entienden por naturaleza humana), pero basta con abrir un libro de historia para saber que el sistema liberal en el mundo no ha sido consecuencia de la naturaleza humana, sino, por el contrario, que fue impuesto mediante la propaganda, la agitación y la violencia de las masas.

Dentro del seno de los círculos de pensamiento liberal, ya muy tempranamente, comenzaron a aparecer quienes liderarían (hasta ahora) la lucha contra el nuevo sistema, los comunistas; comunistas y liberales comenzaron un arduo enfrentamiento durante el siglo XX, llamado “guerra fría”, fue durante y después de esa guerra fría, que los autores liberales atiborraron las librerías del mundo con panfletos contra el “colectivismo”, acusando que el desastre económico y social de los países comunistas era causado por una perspectiva especial del comunismo (y otros cuerpos de ideas), que se caracterizaba en estudiar a los seres humanos en grupos por características compartidas (clases sociales, razas, idiomas, naciones) en lugar de estudiar a seres humanos abstractos e inexistentes (como hace el liberalismo).

Más allá de todo lo cierta que pueda ser la crítica de los liberales al colectivismo, no es menos cierto que la aproximación individualista, tanto en lo teórico, en lo práctico y en lo jurídico, es la que da lugar al colectivismo, faculta su existencia teórica y el desarrollo político de sus tendencias, una de las cosas que estableceremos en este ensayo es la interdependencia que se presenta entre el colectivismo y el individualismo en todos los niveles y ámbitos.

Una vez victorioso el liberalismo, a finales del siglo XX, su sistema se extendió por casi toda la tierra y pudimos comenzar a observar los efectos de las tesis liberales en el ser humano, el desplome de la natalidad, la desaparición de la familia, el consumo intensivo de antidepresivos, los suicidios, la desprotección de la mujer, la corrupción moral y la pérdida de identidad, entre otros.

Este ensayo tiene entonces, por principal tema a tratar, los efectos nocivos del individualismo y sus consecuencias reales observables en todos los niveles.

1.- La razón y el individuo.

Toda la sociedad liberal, en cualquiera de sus formas, se fundamenta en una teología muy particular, la del individuo. De acuerdo con la forma de pensar liberal, existe una unidad mínima del cuerpo social, un componente atómico (si se quiere) de toda sociedad; “individuo” aparece entonces como la parte “indivisible” (lo mismo significa “átomo”) de la sociedad. Nada se supone que exista que sea más pequeño que el sujeto particular (ahora llamado individuo) en cualquier sociedad.

Analicemos esta burrada, la teorización racionalista liberal plantea que la sociedad se compone de individuos, ósea que las personas hacen la sociedad, como si las relaciones que componen el cuerpo social fuesen un resultado, una consecuencia del actuar de las personas y no al revés; entretengamos este planteamiento un segundo ¿de dónde salen las personas (“individuos”) que componen el cuerpo social? ¿por generación espontánea? ¿se han creado a si mismos? La respuesta puede ser desalentadora para los autodenominados “individuos”, la persona humana es siempre el efecto de las relaciones sociales, existe porque hay unas relaciones sociales que lo llevan a “ser” en la realidad.

Debemos saber entonces que el individuo es una entelequia, un mero racionalismo desprovisto de cualquier forma de contacto con la realidad. No es extraño, por lo tanto, que, quienes más radicalmente defienden el individualismo, lo hagan desde planteamientos evidentemente kantianos. Debemos, entonces, atravesar este sistema de pensamiento, sabiendo en todo momento que no es más que matemática mental imaginaria, porque no tiene base en la realidad concreta ni en sujetos humanos verdaderamente existentes.

Al desconocer las relaciones sociales que dan lugar a la existencia de los seres humanos concretos que habitan una sociedad, el sistema liberal se centra en sujetos hipotéticos y abstractos (John Rawls es un muy buen ejemplo de eso en “teoría de la justicia”) para los que pretende una sociedad “neutra”.

El sistema de reglas propuestas por los liberales no está diseñado para personas de carne y hueso, con padres, primos, hermanos, tíos y abuelos, con una raza, religión, o cultura específica, una estatura, un intelecto o una genética específica; está diseñado para personas totalmente indefinidas. De ahí que todas las normas propuestas por los liberales, desde sus axiomas racionalistas, sean universalidades desprovistas de profundidad.

Hay que detallar, entonces, el sistema de derechos que implantan los liberales cuando toman control de una sociedad.

Para los liberales existen tres derechos axiomáticos de los cuales se derivan todos los demás: Vida, Libertad y propiedad. Dentro de las distintas corrientes liberales, la llamada “conservadora” es la que tiende a una mayor conciencia de la realidad concreta, por incluir, en su interpretación del derecho a la vida, el derecho a nacer de los seres humanos concebidos, pero analicemos estos tres derechos abstractos pensados para sujetos abstractos.

Por derecho a la vida se entiende el tener derecho a que otro no nos asesine, ni atente contra nuestra integridad, así, cada “individuo” tiene derecho a la “vida” en tanto esté expresamente prohibido, en el sistema de leyes liberal, dañar o asesinar a otro “individuo”.

Por derecho a la libertad se entiende la autonomía, el “individuo” se da a si mismo sus propias reglas, lo cual es en extremo absurdo, dado que no nos podemos dar lo que no tenemos ni tiene sentido que nos demos algo que ya tenemos (lo mismo respecto del principio de autodeterminación de los pueblos). Más allá del absurdo total que significa la autonomía, el principio de libertad se expresa en una serie de libertades concretas que se encuentran contenidas en cuanta declaración de derechos y constitución que los liberales hayan redactado. Así, podemos observar las libertades de expresión, de credo, de empresa, de precios, para hacer contratos, etc.

La idea de propiedad del pensamiento liberal es también una idea abstracta y sin conexión con la realidad, de acuerdo con el mito liberal, un “individuo” va por la vida interactuando con la naturaleza y de ese modo se la va “apropiando”, lo cual no corresponde a ningún proceso de apropiación documentado en la historia.

Lo más importante que hay que notar del sistema jurídico racionalista de los liberales, es que todos estos “derechos” son concedidos y garantizados a cada sujeto por el sólo hecho de existir, no hay ni se exige requisito alguno. La única forma de coherencia interna que establece este sistema de valores, centrado en el teórico “átomo” social, lo único que le permite operar en el tiempo a través de las relaciones sociales sin romperse, es el principio: “tus derechos terminan donde comienzan los de los demás” estableciendo una especie de equidistancia geométrica muy propia del igualitarismo que se desprende naturalmente de la idea de sujeto indeterminado (individuo), dado que entre sujetos humanos realmente existentes, las diferencias saltan inmediatamente a la vista y se forman, naturalmente, jerarquías sociales muy claras, es por eso que este igualitarismo (como cualquier otro) requiere de abstracciones indeterminadas para ser planteado.

“Tus derechos terminan donde comienzan los de los demás” es un principio con una consecuencia muy pero muy clara; el tamaño de la esfera de operatividad de mis derechos (en el sistema liberal) es inversamente proporcional a la distancia que exista entre yo y los otros sujetos, así esa frontera donde “terminan” mis derechos y “comienzan” los de los demás abarca un territorio más grande, ya sea en lo jurídico, lo geográfico o lo afectivo.

Se debe notar el tipo de incentivos que esta premisa sobre los derechos establece entre los sujetos que habitan una sociedad liberal; durante los doscientos años de hegemonía liberal podemos observar una transformación sistemática de las formas de organización social, pasando primero de una sociedad basada en familias numerosas y extendidas, a una sociedad de pequeñas familias nucleares, y, en los últimos sesenta años, una segunda transformación, de familias nucleares a sujetos aislados. Al final de este trabajo estudiaremos, a nivel estadístico, el dramático impacto de esta transformación en las sociedades donde está más avanzada.

2.- Tolerancia es indiferencia.

El principal valor moral liberal es la “tolerancia”; ya autores proto-liberales como John Locke (siglo XVII) lo exaltaban como el valor fundamental que posibilita la “libertad” de todos los sujetos en una sociedad.

Pero ¿qué es la tolerancia? ¿Cómo se manifiesta en la realidad la tolerancia? ¿Qué características emocionales se requieren para materializar una conducta “tolerante”?

Para responder este conjunto de preguntas, debemos establecer algunos tipos de tolerancia, podemos distinguir la tolerancia a cosas ciertamente molestas, ruidos, olores y otras cosas de naturaleza desagradable que llegan a nuestros sentidos provenientes de otras personas. Esa primera forma de tolerancia se manifiesta en aguantar o soportar estos estímulos sensitivos; nadie podría condenar esa forma de tolerancia como negativa, es más, cuando se practica en virtud de la caridad, es una de las actitudes cristianas más nobles. Otra forma de tolerancia (la que concierne al liberalismo) refiere a consentir, en los demás, actitudes, opiniones o creencias contrarias o distintas de las nuestras; se suele manifestar en la frase “y eso ¿en qué me afecta?”, haciendo referencia a que cada uno puede, ciertamente, vivir su “individual” vida, sin preocuparse por lo que los demás crean, sientan, piensen u opinen. Esta segunda forma de tolerancia es la que aplica en el liberalismo, es la contraparte de las “libertades” que se encuentran consagradas en los “derechos” liberales. Como toda contraparte de un derecho, esta forma de tolerancia se erige como obligación.

La única forma en la que esta “tolerancia” se puede manifestar en la realidad es mediante la indiferencia (sinónimo de no-discriminación, in[no]diferencia[discriminación]); indiferencia significa que no hace diferencia, que no hay cambios, que mi actitud frente alguien no debe cambiar según la naturaleza de sus convicciones; entretengamos esta idea, ¿Qué es lo que nos puede motivar a no considerar relevantes las convicciones de quienes se relacionan con nosotros? Dos cosas, o bien la falta de verdaderas convicciones por mi parte, o bien la superficialidad de nuestra relación.

Ciertamente, si mi relación con el panadero se reduce a la acción de comprar parte de su producción diariamente, la profundidad de nuestra relación no amerita que me preocupen sus convicciones, distinto sería si pretendiese casarme con su hija, en ese caso la profundidad de nuestra relación exige que me interese en los valores del panadero, en sus creencias, opiniones, sentimientos, etc.

Lo mismo ocurre si soy una persona voluble, carente de verdaderas creencias y convicciones, en ese caso, producto de lo voluble de mi personalidad, las creencias del panadero me dan igual, sin importar la profundidad de nuestra relación.

Si soy una persona (por ejemplo) de profundas convicciones animalistas, lo pensaría dos veces antes de comprar pan a un panadero que maltrata sus mascotas, mis convicciones me llevarían, necesariamente, a pensarlo dos veces antes de relacionarme con el panadero en cualquier forma.

En esta indiferencia radica (a mi parecer) la más luciferina de las ideas liberales; puesto que, como cristiano, no se puede consentir que los demás vayan al infierno por pura negligencia de mi parte, debo ser intolerante, debo preocuparme, interesarme en lo que los demás creen, piensan y opinan, interactuar con esas personas que se encuentran en el error y en el pecado, para asistirlos a salir de esa situación y así alcanzar la salvación.

Una sociedad humana es una compleja e intrincada red de relaciones, dentro de las cuales los seres humanos son concebidos y nacen, y de las que participan, en muchos casos, lo quieran o no. No elegimos ni a nuestros parientes ni a nuestros vecinos, etc.

Una sociedad cohesionada es una en la que la homogeneidad de las convicciones más profundas (principalmente las religiosas) permite relaciones profundas entre los sujetos. Pero esto es lo opuesto a lo que ocurre en las sociedades liberales, donde la indiferencia genera unos tipos de relaciones contrarias a la cohesión social y tendientes a la desintegración del cuerpo social; ya sea por la superficialidad de las relaciones, dado que las relaciones de naturaleza más profunda están impedidas por las diferencias de convicciones, las relaciones profundas se dan en porciones de la sociedad que comparten convicciones que los distinguen del resto de la sociedad (generando entonces micro-sociedades apartadas de la sociedad en general) o, por último, relaciones entre sujetos sin convicciones firmes, que cambian cada vez que convenga.

Observemos el resultado de la tolerancia en una sociedad: Primero, se generan diversos grupos sociales menores, luego estos grupos se van dividiendo por las diferencias internas, “tienes que fraccionarlos y fraccionarlos hasta llegar al nivel de los individuos” (dice el liberal Jordan Peterson), luego la mayoría de la población comienza a evitar las relaciones significativas y profundas, y, por último, casi la totalidad de los sujetos son empujados a la ausencia total de convicciones profundas y firmes.

Así, la persona es atomizada, despojada de las relaciones sociales de las que depende y proviene, abandonada a su suerte y desamparada de las relaciones familiares y de otros tipos que su propia naturaleza exige.

Es así como una sociedad liberal (basada en derechos individuales) se va desintegrando de manera sistemática y permanente, los habitantes de un estado liberal tienden a la emancipación de sus familias, al divorcio y a buscar instancias separadas de la convivencia, los hijos dejan el hogar de sus padres divorciados para irse a vivir solos en departamentos de soltero y evitan el matrimonio y la paternidad a toda costa, es así como en una sociedad liberal avanzada, los hijos son “accidentes” ocurridos por el mal uso de los métodos anticonceptivos, la falla de los anteriores o simplemente “una calentura del momento”.

Corresponde a una sociedad de seres desarraigados, sin conexión real con los demás y desprovistos de sentido de pertenencia, desconocen sus orígenes y no tienen sentido de su destino, escapan de cualquier sentido vital porque cualquier sentido los obligaría a tener convicciones y, como consecuencia, a cortar algunas de sus relaciones, el creer en algo genera (en una sociedad liberal) “conflicto”.

3.- Colectivismo e individualismo, dos ideas interdependientes.

Los individualistas tienden a presentarse como los “enemigos” del colectivismo, como contrarios a una aproximación teórica que observe a los seres humanos como “parte” de un grupo. Pero ¿puede existir un colectivo sin individuos? La respuesta es que no, sólo un conjunto de individuos puede ser transformado en un colectivo, los sujetos que forman naturalmente parte de una red de relaciones (que llamamos sociedad), no son individuales, son personas concretas que surgen de unas relaciones específicas, no son parte de ningún colectivo porque las relaciones que los procrean y forman son únicas.

Así, toda sociedad de individuos es una sociedad colectiva, dado que el “individuo” es incapaz siquiera de formarse o de vivir como tal, un entorno social de sujetos entendidos como “individuos” es necesariamente un colectivo, es decir, un conjunto de individuos.

La dicotomía individual/colectiva surge como consecuencia de la categoría “ciudadano”, el sujeto antes de las revoluciones liberales es un “súbdito”( o un señor), la palabra “súbdito” implica en sí misma una relación. El “súbito”, así como el páter familia o el conyugue o el hijo, el siervo, el señor, etc. Son formas de reconocer a la persona en virtud de las relaciones que lo asisten en el contexto social, pero la palabra “ciudadano” carece completamente de relaciones implicadas. La única relación que puede surgir entre ciudadanos es la de conciudadanos, y esta última no tiene manifestación concreta, en otras palabras, la relación de “conciudadanía” no tiene un significado porque es un significante que no se manifiesta de forma alguna en la realidad concreta.

Cuando los súbditos se convirtieron en ciudadanos, los reinos se volvieron naciones y las sociedades se volvieron colecciones de individuos en lugar de estructuras de relaciones, grupos colectivos en lugar de jerarquías. La creación de los estados nacionales liberales es el primer colectivismo, del que deriva la primera ideología colectivista, esa donde el ciudadano desaparece en la nación, y la primera ideología individualista, esa donde la nación desaparece en el ciudadano. Se hace imperativo criticar, rechazar y superar la presente dicotomía antinatural del individuo/colectivo, para lo cual se deben resaltar y recuperar las relaciones naturales de subordinación que dan lugar a la existencia del ser humano, la familia no es el “pilar” de la sociedad, es la sociedad misma, son las relaciones que dan comienzo a la existencia de todos los sujetos humanos y que los unen espiritual, biológica y económicamente; atándolos a sus causas, dándoles origen y desencadenando sus consecuencias, dándoles destino.

Así, en lugar de pensarnos a nosotros mismos como ciudadanos de naciones o naciones de ciudadanos, debemos comenzar a pensarnos como padres, hijos, nietos, abuelos, tíos, sobrinos, primos etc. En lugar de perdernos en el grupo debemos identificarnos con nuestra causa y fuente (natural y sobrenatural) para estar insertos en el tiempo, para poder mirar al futuro desde un punto de partida sólido, que dote de sentido a todas nuestras acciones.

La derrota definitiva del individualismo es lo único que permite la derrota definitiva del colectivismo, el retorno del ser humano familiar.

La dicotomía individual/colectiva se materializa en un Estado para el cual todas las personas a las que gobierna son exactamente lo mismo, que no los reconoce en su estatus social adquirido mediante sus relaciones, es el igualitarismo más perverso, un ciudadano es perfectamente intercambiable por otro, matar a un ciudadano es exactamente igual de grave que matar a cualquier otro, el voto de un ciudadano vale exactamente lo mismo que el voto de cualquier otro, etc. Así, todos los integrantes del colectivo nacional son a su vez individuos frente al Estado. Nada importa, nada de la realidad, el Estado nos gobierna a todos individualmente como un conjunto, una sumatoria, donde todos y cada uno son un número, donde son a la vez todos y a la vez cada uno, el vagabundo, el soldado, el empresario, el padre de familia, el hijo soltero, etc.

4.-La ineficiencia individualista.

En los capítulos anteriores hemos demostrado de varias formas como el sistema de derechos y valores propios del liberalismo individualista ¡si atomizan la sociedad!, los liberales pueden lloriquear: “eso no es lo que proponemos, nosotros proponemos otra cosa, individualismo no es atomismo, son derechos individuales”. Pero no importa cuánto griten y pataleen, hemos demostrado que el sistema de derechos del liberalismo tiene como resultado inevitable la atomización de la sociedad, además del hecho de que individuo y átomo son sinónimos (indivisible), están dados todos los incentivos y los valores necesarios para que los sujetos se vuelvan más y más asociales, más y más solitarios, abandonándose mutuamente.

Ahora lo que toca es demostrar que esta atomización es económicamente ineficiente y genera muchísima pobreza innecesaria.

Para establecer este punto, debemos comparar, ceteris paribus, las condiciones económicas del sujeto aislado del modelo individualista avanzado, con las condiciones económicas de los sujetos integrantes de grandes familias extendidas de la historia humana pre-liberal.

El sujeto aislado debe procurar su propio techo, ya sea pagando una renta o una hipoteca, debe procurar sus alimentos en el mercado detallista y, si tiene hijos, enviar el importe mensual para su manutención, si el sujeto aislado cae enfermo no tiene quien lo cuide, si pierde su trabajo queda expuesto a perder todo su sustento.

El mismo sujeto, integrando una unidad familiar extendida, participa de un hogar que se adquiere en conjunto, que se ha heredado o se está comprando entre todos los integrantes con ingresos monetarios, los hijos se cuidan en conjunto, los alimentos se compran en el mercado mayorista, etc.

Las familias integradas económicamente multiplican su capacidad de ahorro y capitalización, sumando los ingresos de todos sus integrantes para realizar inversiones provechosas para todos. Las familias extendidas e integradas se pueden dar el lujo de dejar herencia, los sujetos aislados, si es que tienen hijos, heredan sólo deudas.

Tan pronto como los sujetos del sistema individualista alcanzan la situación de “emancipados” (la mayoría de edad), comienzan a buscar todas las formas posibles para dejar el hogar paterno y “vivir solos”, esto último porque “necesitan” ser más “libres”, porque la frontera, donde terminan sus derechos y comienzan los de los demás, representa un espacio demasiado reducido en caso de permanecer en el hogar materno. Tan pronto se casan, las personas se ponen a buscar excusas para divorciarse, muy a menudo en sólo semanas, y los promedios son aterradores, ¿Por qué? Poque una relación de tal profundidad y nivel de compromiso es demasiado “asfixiante” y no permite “ser libre”, en otras palabras: la frontera donde terminan sus derechos y comienzan los de su esposo es extremadamente estrecha. Muchas madres buscan, por instinto, mantener a sus hijos en casa, pero para conseguir ese resultado ejercen un nivel extremo de tolerancia ante las conductas de sus hijos, volviéndose de madres en sirvientas, estos nunca se casarán, entre la satisfacción sexual gratuita que obtienen de las mujeres de moral relajada (la enorme mayoría en una sociedad liberal avanzada), y los servicios que su madre le proporciona, tiene todas las ventajas de estar casado sin ninguno de los costes. Este sujeto, además, puede ser mantenido largamente por sus padres, aportando muy poco, y a menudo nada, a la manutención del hogar que habitan. Los hombres y mujeres en esta situación no sólo escaparán sistemáticamente del matrimonio, si se casan buscarán desesperadamente (e inconscientemente) el divorcio, también escaparán de la posibilidad de ser padres, llegando incluso al filicidio (aborto).

Así, si sumamos a la ausencia de economías de escala familiares, la disminución de la natalidad, los costes jurídicos de los millones de divorcios y de mantener millones de jóvenes inútiles; el sistema individualista se presenta como un cambio a peor en términos de la eficiencia, eficacia y sostenibilidad económica, respecto de los sistemas familiares del pasado. Esto ceteris paribus, dado que el sistema económico actual se sostiene sobre el ingente ahorro y acumulación que en el pasado fue realizado a costa del nivel de vida de todos.

Tan eficiente es el sistema tradicional, en comparación con el individualista, que los ricos de hoy (nada tontos) se disciplinan sistemáticamente a él, siendo, en el 1% de mayor patrimonio de cualquier sociedad, los divorcios y las independencias individuales, extraños accidentes, apenas registrados en la estadística.

Frente a lo expuesto en el párrafo anterior, los liberales tendrán su clara réplica: “Eso demuestra que no es imposible organizarse familiarmente en el sistema liberal, es sólo que la gente no quiere” ¡obvio que la gente no quiere! Se requiere de una especial disciplina para mantener un sistema familiar tradicional cuando la estructura de valores y derechos de toda la sociedad va directamente en contra, sin contar la propaganda, porque si bien el estilo de vida individualista es altamente ineficiente y despilfarrador, todo ese desperdicio de recursos va a parar a los bolsillos de alguien, alguien que normalmente (como parte del 1%) no lleva un estilo de vida individualista, pero lo fomenta en los demás para su beneficio.

5.-soberanía y neutralidad.

En el sistema individualista, somos todos “soberanos”, es decir “reyes”, ese es todo el punto del sistema democrático individualista. En la democracia liberal, la nación es soberana, en el sentido de que (supuestamente) se gobierna a sí misma, y el ciudadano, también soberano, se gobierna a sí mismo. Este es el fondo de la dicotomía individual/colectiva

Hoy en día, todos los líderes políticos, desde la extrema izquierda a la llamada “extrema derecha”, desde Nicolás Maduro en Venezuela, hasta Donald Trump en EE. UU. y Giorgia Meloni en Italia, todos invocan la soberanía del pueblo, del colectivo nacional. Esto no excluye a los más radicales individualistas, los liberal-libertarios, los cuales llevan una enorme campaña de proselitismo a nivel mundial, esperando convencer a las mayorías de sus posturas, reconociendo implícitamente la soberanía colectiva del pueblo en su búsqueda por conseguir su tan ansiada “soberanía individual”.

Analicemos un poco este concepto: “soberanía”, ¿Qué es la soberanía? La palabra viene del latín “superanus”, palabra compuesta que significa poder superior. El concepto en sí mismo implica jerarquía, no pueden ser todos (realmente) soberanos porque, si todos tienen poder por encima de los demás, entonces nadie tiene poder por encima de los demás, si todos somos soberanos… nadie lo es.

La soberanía, en realidad, sólo puede ser aplicada sobre un territorio, no es un poder que se pueda llevar de un lado para el otro, es un poder sobre un algo, una porción espacial que es materialmente controlada por una persona, o grupo de personas, para establecer ahí las normas. Por lo que la idea de “soberanía individual” de los liberales más extremos es una doble entelequia; primero, como hemos demostrado anteriormente, el individuo es una entelequia; y segundo, la soberanía no puede ser portada como una corbata o un par de calcetines, se debe ejercer sobre un espacio geográfico.

El verdadero soberano es el gobernante, y nadie puede ejercer simultáneamente el rol de gobernante y el de gobernado. Si creemos que el poder y la soberanía radica en los gobernados, entonces esa falsedad nos impide ver la verdad y conocer, realmente, quien nos gobierna. ¿Quién nos gobierna? Busquen la respuesta y abrirán los ojos, sufrirán un encuentro traumático con la realidad.

En el ejercicio puramente mental de los individualistas (que intentan aplicar a la realidad con consecuencias desastrosas), todos los principios mencionados en los capítulos anteriores se combinan, dando lugar al panorama completo. ¡No hay rey! Todos son reyes, todos somos súbditos y monarcas, gobernantes y gobernados, somos “libres”. Todos y cada uno, en colectivo y en individual, ejercemos la soberanía sobre la nación y sobre nuestras particulares vidas. Así cada uno es el poder supremo de sí mismo, y todos en conjunto encarnamos (o creemos encarnar) el poder supremo en el territorio de la nación. Pero para que todo esto pueda tener algún sentido (al menos dentro de la mente de quienes creen estas estupideces), se deben aplicar los otros principios antes mencionados, el de “tus derechos terminan donde empiezan los de los demás” y el de la tolerancia; aplicados estos principios nuestra capacidad como reyes se ve “neutralizada” (en teoría) somos reyes de nada, nuestra soberanía se limita a que los demás no se “entrometan” en nuestras pobres, pequeñas, desinformadas y desarraigadas “decisiones”, ya sea cuando las ejercemos a nivel personal, o cuando nos reunimos con el resto de soberanos a participar en los procesos en los que nos convencemos a nosotros mismos de que estamos “gobernando”.

Pero esta pretendida neutralidad es imposible, todos los seres humanos tenemos algo que decir frente a las cosas, ni el más honrado de los jueces podría ser imparcial al comparar sus juicios respecto de dos delitos, uno de los cuales tiene por acusado a alguien de una posición política distinta de la suya, o donde una de las victimas le trae más simpatías que otra; ninguno somos neutros, todos los tenderos y trabajadores que atienden al público tienen un mejor trato con una mujer bonita o un hombre distinguido, que con un hombre maloliente o una mujer obesa. Esta realidad inevitable (la no-neutralidad de los seres humanos) es combatida sistemáticamente con llamados a la “no-discriminación” (aumentar la indiferencia) y condenas al “conflicto de intereses” (como si se pudiese lograr que los seres humanos no tengan “intereses”).

Esta soberanía (en la práctica, imposible) encubre un robo, se ha robado a Dios, a los reyes (durante las revoluciones liberales) a los esposos y padres de familia, etc. Esta supuesta soberanía no es tal cosa, sino, más bien, un intento por ocultar y obscurecer el hecho concreto de las verdaderas jerarquías soberanas, naturales, sobrenaturales y legítimas, a las que les ha pretendido sustraer la substancia y “distribuirla” igualitariamente. Encubre y oculta efectivamente a quienes hoy en día gozan de una verdadera soberanía sobre el mundo, y que son los enemigos de Dios, de los reyes, los esposos y los padres de familia.

6.- Las consecuencias.

Ha llegado la hora de detallar los efectos nocivos de los procesos desencadenados por el sistema individualista, exhibir los números que sepultan a esta perspectiva y sus consecuencias políticas. De mostrar las consecuencias negativas del colectivismo ya se han encargado los mismos individualistas, pero no se puede derrotar definitivamente al colectivismo sin derrotar a su contracara, el individualismo, que es la fuente del colectivismo.

Aborto:

Daremos comienzo a esta exposición de los efectos nocivos del individualismo haciendo uso del más desgarrador de los datos; el de los filicidios (abortos) cometidos impunemente por millones de personas todos los años, amparados por el sistema individualista y empujados por todas los efectos del mismo sistema ya descritos anteriormente, la principal razón para abortar hoy en día, dice relación con la afectación del propio “proyecto de vida”, la cual no es más que una manifestación de la “soberanía” personal propugnada por el sistema y cuya principal justificación moral radica en la “soberanía sobre el propio cuerpo”.

Según la Organización Mundial De La Salud, cada año, en el mundo, se realizan 73 millones de abortos, los cuales representan el 29% (¡casi un tercio!) de los embarazos totales.

De acuerdo a todas las comparativas entre los países con más y menos abortos, podemos observar que esta práctica es muy baja en países donde el sistema individualista está siendo recién implementado, luego aumenta dramáticamente en aquellos donde el liberalismo se encuentra en proceso de maduración y vuelve a disminuir en la medida en la que el sistema individualista ya ha madurado del todo y, por lo tanto, la gente ya ha sido disciplinada en el uso de métodos de control del (¡tan terrible y nocivo!) embarazo.

Natalidad:

Uno de los signos más claros de que los habitantes de un país han adaptado sus conductas al sistema individualista, es un descenso dramático de las tasas de natalidad.

Observemos las tasas de natalidad de los países cuyo individualismo se encuentra maduro y comparémoslas con las de aquellos países que no han implementado el sistema individualista o no lo han madurado del todo.


En este mapa de datosmacro.com, podemos observar que las tasas de natalidad dramáticamente deprimidas se concentran en el hemisferio norte, principalmente Europa y Norteamérica, además de países anglosajones como Australia y Nueva Zelanda, y países asiáticos que muestran un gran avance del individualismo como japón y corea del sur; los países altamente colectivizados muestran números similares, como es el caso de Rusia, China o Cuba; por otro lado, aquellos países que viven estilos de vida tradicionales, como los musulmanes y los africanos, muestran tasas de natalidad muchísimo más sanas.

La natalidad es la forma en la que una sociedad demuestra que quiere seguir existiendo hacia el futuro, es la forma en que un cuerpo social manifiesta su autoestima. La razón por la que las sociedades individualistas (y las colectivistas) tienen tan bajas tasas de natalidad, es porque no son sociedades en todo el sentido de la palabra, porque son sólo colecciones de personas sin relaciones significativas entre sí.

Para una observación más detallada de estas cifras conviene observar: https://datosmacro.expansion.com/demografia/natalidad.

Suicidio y antidepresivos:

La triste soledad de las personas atrapadas en sistemas individual/colectivos, muchas veces se manifiesta en el acto de quitarse la propia vida, notarán que el siguiente mapa muestra una realidad muy parecida a la del mapa anterior.


Destacan rápidamente las sociedades islámicas y católicas menos secularizadas como las que tienen tasas de suicidios más bajas, pero también se puede observar que, salvo pequeñas excepciones, los mismos países que presentaban baja natalidad, presentan una altísima tasa de suicidios, esto sin considerar en la estadística los casos de eutanasias, que no son considerados como suicidios y que ocurren casi exclusivamente en países con un sistema individualista muy maduro y de tradición protestante.

Para una observación más detallada de estas cifras conviene observar: https://datosmacro.expansion.com/demografia/mortalidad/causas-muerte/suicidio

Pero no sólo el suicidio aumenta dramáticamente como consecuencia del individualismo, también enfermedades como la depresión, enfermedad que tiene, probadamente, como una de sus causas, a la soledad y el abandono.

De acuerdo con la OCDE, los países de este recuadro son los que más antidepresivos consumen en el mundo. El dato refiere a la cantidad de personas que consumen antidepresivos de forma recurrente por cada mil habitantes.


Estos números nos muestran que, en todos los países cuyo individualismo se encuentra más maduro, cerca del 10% de su población se encuentra consumiendo antidepresivos de forma permanente, lo que significa que han sido diagnosticados con algún tipo de depresión.

No fue posible encontrar datos sobre los países con más bajo consumo de antidepresivos, esa estadística simplemente no existe, pero podemos adivinar rápidamente que se trata de sociedades tradicionales, religiosas, no secularizadas y de estructura familiar.

Vivir solo:

Lo que el sistema liberal denomina “hogar unipersonal” no es otra cosa que la soledad más destructiva y dañina. En Europa, el continente más individualista que existe, un tercio de los hogares corresponden a lugares donde vive una persona sola… ¿Hogares? Eso no es un hogar, es una guarida.

El gráfico de epdata.es, cuya fuente es Eurostat, nos muestra cómo, en Europa, en los países cuyo sistema individualista se encuentra en etapa madura, casi la mitad de la población vive en soledad.


En el próximo gráfico, cuya fuente es el instituto nacional de estadísticas español, nos muestra las proyecciones respecto del número promedio de personas por hogar en España en los próximos años, y vemos como esto disminuye a medida que el sistema individualista español va madurando.

Una pequeña búsqueda nos puede llevar a observar los resultados del sistema individualista y como este se proyecta hacia una mayor soledad en cada país del mundo y como los países aumentan este rasgo en la medida en la que van consolidando el sistema individualista.


En el artículo de la tercera “La nueva familia: un millón de personas solas, casas más chicas y mujeres a cargo” (https://acortar.link/ZWNUv2) se puede observar la tendencia en Chile, la cual es bastante dramática.

Divorcio:

Es difícil encontrar números claros sobre divorcio en los distintos países del mundo, más allá de relaciones porcentuales y de divorcios al año por cada mil habitantes (datos que no sirven en nada a nuestra explicación), lo que queríamos encontrar (y se encuentra sospechosamente ausente en toda la internet) era una comparación de la duración media de los matrimonios por países, todos los datos que se encuentran a ese respecto están mutilados al considerar sólo la cantidad de años de matrimonio de aquellas uniones que si acaban divorciándose para establecer el promedio y no consideran en el promedio a aquellos matrimonios que terminan en viudez, además la información está sólo disponible respecto de algunos países y no de otros, lo cual dificulta aún más la comparativa. Si alguien quiere ayudarnos a develar la información respecto de estas cosas, se lo agradeceríamos profundamente.

Aun así creo que las estadísticas sobre hogares unipersonales y natalidad demuestran claramente la poca incidencia de las relaciones significativas y profundas en los sistemas individualistas más maduros.

Conclusiones:

Los sistemas basados en la dicotomía individual/colectiva se han cobrado millones de vidas, respecto de las muertes causadas por el comunismo y el nacionalismo hay miles de libros escritos, respecto del sistema liberal… ninguno. Estoy trabajando en el desarrollo del “libro negro del liberalismo” que, si Dios quiere, se estrenará este próximo año 2023.

El colectivismo y el individualismo son ideas codependientes, y de esas ideas surgen sistemas políticos, que transforman a la sociedad, siempre, para mal.

Hemos mostrado la mecánica interna del sistema de valores y derechos liberal, y hemos demostrado sus consecuencias con datos concretos aportados por el propio sistema individualista.

Los sistemas de dicotomía individual/colectiva son posibles por que las personas han sido convencidas de las premisas fundamentales de las dos caras de esta dicotomía, la mayoría de las veces, de forma simultánea.

Es, por lo tanto, nuestro deber, renunciar a la indiferencia, a la tolerancia, abrazar la discriminación y el interés por los demás, sacarlos de la dicotomía planteada, liberar sus almas y mentes de un error que está llevando a la humanidad a su extinción y a las almas al infierno.